27 Dic El uso del cannabis como tratamiento de la angustia. Por Fernando Juárez García.
Cada vez con mayor frecuencia, nos encontramos con la dificultad de algunos sujetos en relación a la angustia y la ansiedad. Son muchas las consultas en torno a esta problemática, y en la mayoría de los casos encontramos una característica común: la ausencia de palabras que puedan explicar lo que sucede.
La dificultad en estos casos, de poder dar cuenta sobre la causa de la angustia, se presenta de modo explícito. No se encuentran las palabras que puedan nombrar el malestar que invade el cuerpo. Eso, simplemente se presenta, en cualquier momento y lugar, sin responder a una situación concreta. Se trata más bien, de un malestar generalizado, que recorre el cuerpo y la subjetividad de la persona.
Los episodios de ansiedad y angustia, encarnados en el cuerpo, se presentan de forma opaca para el sujeto. Poco puede decir sobre lo que le sucede y de este modo, su vulnerabilidad es notable. Cuando la dificultad para respirar, la opresión en el pecho, la sensación de palpitaciones y mareo invaden el cuerpo, y la persona no logra ubicar ese fenómeno como consecuencia de otra cosa, el malestar se vuelve un enemigo al acecho, capaz de sorprenderle en cualquier momento.
Esta situación, que en general empeora progresivamente, empuja a los sujetos a buscar maneras de lidiar con ese malestar.
Se trata entonces, de encontrar qué puede servir para moderar esa ansiedad y esa angustia. Al presentarse como dos fenómenos que no se dejan apaciguar fácilmente con palabras, se busca una solución, no tanto de orden simbólico, si no de orden real. Se trata de utilizar un objeto, en este caso el cannabis, como tratamiento de ese malestar.
El cannabis, si no es consumido en cantidades excesivas, produce un efecto de embotamiento, de somnolencia y de cierta calma. Permite, no solo intervenir en el fenómeno corporal de la angustia, si no también, acallar las preocupaciones o temores que producen la espera de un nuevo episodio de ansiedad. De esta manera, algunas personas encuentran en el cannabis, un ansiolítico de cierta potencia que les permite, tanto lidiar con el malestar en el cuerpo, como con el malestar subjetivo.
Ahora bien, si entendemos la ansiedad y la angustia como señales que apuntan a un malestar que está más allá del fenómeno corporal, en la medida en que no podamos poner palabras a ese malestar, su insistencia no cesará. Es decir, la angustia señala una problemática que ha de ser leída y no acallada.
El esfuerzo del tratamiento de esta clase de episodios se ha de dirigir a intentar nombrar ese malestar, rodearlo a través de la palabra, y así poder darle un lugar, una ubicación dentro de la economía subjetiva del paciente. Frente a la opacidad del síntoma de angustia, se ha de oponer el esfuerzo de simbolización.
Por esta razón, el uso del cannabis está tan extendido en estos casos. El cannabis intenta moderar esa ansiedad, que puede ser constante, pero no logra dar palabras al fenómeno. Por eso se presenta como una solución fallida y de corto recorrido. Es más, en el inicio puede venir al lugar de la solución, moderando la ansiedad, pero en la mayoría de los casos, después de un tiempo prolongado de consumo, su efectividad desaparece, produciendo el efecto contrario. Se pasa de moderar la ansiedad con el consumo, a ser su principal generador.
Por estas y otras razones, uno de los objetivos del tratamiento es el de poder quitar de en medio ese objeto, que bloquea el acceso al sentido que encierra la ansiedad y la angustia. Y de este modo, abrir la posibilidad a trabajar con el malestar subyacente que generan estos fenómenos.
Es necesario entonces, abrir un espacio para la escucha de esos síntomas. Intentar extraer el sentido que aportan, y de este modo, leer su mensaje.